Por. Valentina de Aguirre
Para nosotros, en Chile, tomar té es una experiencia cualquiera. Puede ser en hoja o en bolsita, lo podemos tomar en taza o en un tazón, pero más allá de eso, es casi lo mismo que tomarnos un café. Sin embargo, en Japón, existe toda una ceremonia en torno al té, más específicamente en torno al té matcha. Y la chilena Kiki Geisse es experta en este tema. Después de estudiar Cultura Japonesa en la Universidad de Hawai, tenía qué decidir sobre qué iba a escribir su tesis. La ceremonia del té le pareció interesante. “Me parecía un grupo muy peculiar. Por qué esa gente se juntaba en una pieza a beber té lo encontraba demasiado curioso”, nos cuenta.
Es que la ceremonia del té siempre ha estado rodeada de un halo medio misterioso, siempre practicada por una minoría, incluso en Japón. “Desde los comienzos en general eran como espacios muy relegados a una élite, un espacio muy masculino. Tal vez como un paralelo, podría ser el de hombres muy poderosos yendo a jugar golf hoy en día. Hace 200 años, si no estabas en estos circuitos, no eras aceptado como un hombre culto y capaz”, cuenta.
Mientras Kiki investigaba sobre la ceremonia del té para su tesis, empezó a participar de las prácticas y a entrenar. En el Chado, como le llaman en Japón a esta ceremonia, cada movimiento y cada palabra está regulada. “En determinado minuto acepté una beca para irme a Kioto y estar un año completo en la escuela de Urasenke, estudiando la ceremonia del té. Ahí ya me metí de cabeza y fue como ¡ups!, parece que soy uno de ellos. Fue gradual esa inmersión, yo no pretendía estar haciendo esto, pero sucedió”.
De eso han pasado ya 14 años, en que Kiki se ha dedicado a la ceremonia del té. ¿Qué fue lo que la enamoró de todo este ritual? “Hubo un momento en particular”, cuenta. “Me tocó ser anfitriona de un encuentro. Al finalizar sentí una tranquilidad muy profunda y pensé que quería prolongar ese sentimiento placentero y satisfactorio. Creo que soy una persona muy ansiosa, y tal vez esa noche me sentí plena de una manera que hace mucho no sentía. Suena raro, pero me sentía “más yo”, como volver a un estado prístino y calmo que me pertenecía”, recuerda.
El té matcha que se usa durante el Chado es la hoja verde del té, sin oxidar y molida. Así, se convierte en un polvo de un color verde vibrante, fácilmente reconocible. “El té matcha era tan tan difícil de producir, tan caro, que en la antigüedad jamás se hubieran imaginado a alguien poniéndole ni siquiera un gramo de este polvo sagrado a nada que no fuera para tomárselo en un momento más ritual, o disfrutarlo a solas”, cuenta Kiki. Pero en los últimos 20 años han aparecido métodos de producción más industrializados, que permiten obtener más té, pero de menor calidad. Para Kiki, el matcha de verdad, ese que es producido por unas pocas familias en Japón, es completamente distinto, es más rico, es fresco, tiene otro sabor. “Falta mucho educar a la población para saber qué comprar y qué expectativas tener de los productos”. Y esa es una de sus tareas: varias veces al año hace clases de ceremonia del té, en Santiago y en Aguas Claras, y además trae pequeñas cantidades de matcha de muy buena calidad para vender. El 15 de junio dictará un taller en Providencia, y durante las clases de invierno estará en Aguas Claras dictando algunas sesiones.
En Instagram, @kikichakai