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Peggy Kuiper, una vida guiada por la intuición

La artista holandesa crea figuras llenas de sentimiento y emociones desde su estudio en Amsterdam. Con una vida guiada por la intuición, una rutina marcada por la naturaleza y una estética que mezcla fuerza y vulnerabilidad, Kuiper ha logrado construir una obra profundamente honesta y libre.


Hay artistas que pintan lo que ven. Otros, como Peggy Kuiper, pintan lo que sienten. Desde su estudio en Ámsterdam, la artista holandesa crea retratos que no buscan representar personas, sino emociones. Son figuras que emergen de la memoria y el cuerpo, envueltas en capas gruesas de pintura que esconden (y revelan) un mundo interior. “Pinto retratos de recuerdos”, dice. Y eso se nota. 

Pero antes de ser artista, Peggy fue diseñadora gráfica. Se formó con Anthon Beeke, figura clave del diseño neerlandés y más tarde se dedicó a la fotografía de moda, trabajando durante años en revistas y diarios. Sin embargo, le faltaba algo. “Tenía esta necesidad creciente de tomar decisiones solo en base a lo que yo sentía”, explica en una entrevista. Fue así como volvió al origen: la pintura, ese lugar donde, desde muy chica, solía refugiarse.

Desde 2019, su obra ha evolucionado sin descanso. Su estilo es único y reconocible: figuras femeninas –aclara que no son retratos– con rostros alargados, ojos entrecerrados y mejillas marcadas; cuerpos desnudos, a veces con máscaras, siempre misteriosos. “No busco representar personas reales. Las figuras que pinto vienen de adentro: son memorias, sueños, emociones”, cuenta. En sus obras hay un juego constante entre presencia y ausencia, entre lo que se muestra y lo que se esconde. Algunas pinturas incluso contienen capas de otras anteriores, como si el tiempo y la experiencia también se apilaran en el lienzo.

En su carrera, la intuición ha sido clave. “Desde chica sentí que podía confiar en ella. Mientras más lo hacía, más fluían las cosas. Cuando trabajo intuitivamente, siento que no tengo restricciones”. Su inspiración viene de lugares inesperados: las máscaras africanas que inspiraron a Modigliani, la simplicidad imperfecta de Paul Klee, la libertad sin miedo de Marlene Dumas. Pero también de la naturaleza y lo cotidiano: una caminata en silencio junto a su perro, una canción que acompaña el ritmo de su pincel, o una expresión facial incómoda que se queda dando vueltas.

Más allá de su obra, la vida de Peggy también parece moverse al ritmo de la sensibilidad. Se declara introvertida, un poco hipocondríaca, amante del café y de ver las mismas películas una y otra vez. Le intrigan los gestos pequeños, sobre todo los incómodos. Prefiere pasar desapercibida, observando en vez de protagonizando. 

Para Peggy Kuiper, ser artista no es cuestión de talento, sino de trabajo constante. De estar ahí, frente al lienzo, incluso cuando la inspiración no aparece. “Solo pintando surgen nuevas ideas y formas. El talento no alcanza si no estás dispuesto a poner las horas”.

Y quizás por eso su obra resuena tanto: porque no busca la perfección, sino la verdad de las emociones. Porque está hecha de dudas, capas, impulsos y recuerdos. Y porque, en ese caos organizado que es su estudio, Peggy Kuiper ha encontrado algo más valioso que el éxito: la libertad de crear sin miedo.

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