Por. Valentina De Aguirre
Qué misterioso es el mundo de los aromas. Capaces de transportarnos a otros tiempos o escenarios, de recordarnos a personas que no vemos hace años, o de cambiar completamente la sensación en un lugar, son un elemento casi mágico. Y aunque la mayoría nos acercamos a este mundo solo a través de experiencias cotidianas, como al usar nuestro perfume favorito, al entrar a una tienda con un aroma distintivo o al prender una vela para lograr un minuto de conexión, hay quienes han logrado hacer del olfato su ocupación principal, como Christine Nagel, la perfumista de Hermès –la primera mujer en ostentar ese cargo– y reconocida por muchos como la mejor perfumista del mundo.
“Los olores tienen un color para mí, y eso todavía me sorprende”, confesó Christine en una entrevista, donde también contó que tiene el don de la sinestesia, es decir, la capacidad de experimentar los sentidos mezclados, un talento que posee menos de un 5% de la población. “Mi obra se nutre de la pintura; pienso en mi “órgano” de perfumista como una paleta, una paleta en la que mis materias primas ya no son sustancias sino colores. Mi laboratorio es como el estudio de un pintor lleno de bocetos y dibujos en bruto; mis perfumes están ahí para ser reelaborados más tarde. Un pintor domina los colores en un lienzo y espero dominar las fragancias en mis perfumes”, explicó.
Su atelier, en el segundo piso de las oficinas centrales de Hermès, cerca de París, es un espacio muy personal, donde conviven todos sus intereses. Desde una oficina luminosa, con una mezcla de muebles vintage, como la mesa y sillas de Benjamin Cherner y Norman Cherner, hasta un laboratorio blanco y un aromático jardín en la terraza, es pura inspiración. O como dice Nagel: “Es una parte de mi corazón”.
Dentro de este espacio llama la atención su colección de arte y objetos, como una tabla de surf de Hermès de inspiración sudafricana; un caballo de Jean Louis Sauvat, homenaje a las raíces ecuestres de la marca; una pequeña escultura al estilo Calder, de la tienda del MoMA o unos patines blancos de Hermès.
En el primer piso del mismo edificio está la colección masculina de Hermès, un espacio que Christine suele recorrer cuando necesita inspiración. “Voy sola al atelier a tocar y oler las telas. Tienen una sensualidad especial y cuando hablo de mis perfumes generalmente uso palabras relacionadas a la ropa”, cuenta. “Mi día a día aquí me inspira, porque no tengo la limitación de tiempo ni de precio, y elegir un perfume no es una cuestión de marketing, sino de si nos gusta o no el perfume. Estoy ejerciendo el verdadero trabajo de un verdadero perfumista, y nos gusta ir donde nadie más lo hace».