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Cuando los muebles se transforman en obras de arte

Hay una delgada línea que separa a muchos muebles de las obras de arte. A ratos, esa línea se hace difusa, casi imperceptible. Y eso es exactamente lo que nos inspira.

Desde sus inicios los muebles han sido pensados con un propósito claro: las sillas son para sentarse, las mesas para tener una superficie plana para servir la comida, por ejemplo, y las lámparas para iluminar un espacio. La funcionalidad es clave y eso es exactamente lo que los define. Pero hay algunas piezas que son lo suficientemente esculturales como para meterse en otros mundos y difuminar los límites con el arte… ¿Cuándo deja un mueble de ser un simple mueble y convertirse en un objeto de arte? ¿Es posible dar ese paso? Sí. Y nos encanta.

Mientras el arte suele estar ahí para despertar emociones y ser apreciado a una cierta distancia, los muebles esculturales van más allá: son obras de arte capaces de hacer más interesante cualquier espacio, de convertirse en un punto focal, de despertar conversaciones, pero sin perder su funcionalidad (bueno, la mayoría de las veces…)

Y aunque en el último tiempo han aparecido cada vez más muebles con un fuerte componente escultural, el tema no es nuevo. Artistas como Dalí y Roy Lichtenstein incursionaron en la creación de muebles que eran realmente una extensión de su obra. El Sofá Labios creado por Dalí es a estas alturas un clásico (imitado y reproducido hasta el cansancio), y para qué hablar de diseñadores como Le Corbusier o los Eames, que hicieron el camino contrario: convirtieron sus diseños en verdaderas obras de arte, que trascienden el tiempo.

En un artículo en la revista inglesa House and Garden, el interiorista Tom Morris reflexionaba sobre el tema, declarando que los muebles como arte no son algo nuevo, sino una apuesta que se remonta a los grandes palacios franceses y a las casas de campo inglesas. Eso sí, reconoce que en el último tiempo ha habido un boom. “A menudo pienso que, a medida que el mundo del arte contemporáneo se ha vuelto más esotérico e intangible (también, posiblemente, ridículo), los coleccionistas han buscado otras formas de invertir en cosas que tengan belleza y sean comprensibles. Esto ha tenido un enorme efecto en la industria del diseño, sobre todo en la última década. Por un lado, ha elevado los precios de la artesanía de colección a niveles astronómicos (los precios récord de las obras de las ceramistas Magdalene Odundo o Lucie Rie son un testimonio de ello). Por otro, ha creado una interesante subcultura dentro del diseño. ¿Es práctico? No, pero creo que de eso se trata. Colecciones como las sillas de cerámica de Chris Wolston o la reciente serie de cartón de Max Lamb para Gallery Fumi dan que hablar. Nacen de una práctica artística y creo que es muy acertado que la comodidad o el buen aspecto no sean la principal prioridad de un artista», declaró.

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